OPINIÓN | Edwin Sarmiento: cosas de la vida
El Doctor Océano, llamó Luis Alberto Sánchez a don Pedro Peralta y Barnuevo, el sabio de la colonia, por las distintas disciplinas en las que incursionó y la profundidad de sus conocimientos en cada una de ellas. Lo propio diré de este viejo maestro y colega, a quien combatí con irreverente pasión juvenil, en la década de los setenta. Sánchez fue un intelectual de polendas, agudo y mordaz en el debate, historiador de nuestro pasado histórico y nuestra literatura, tres veces rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Lo recuerdo ya casi ciego, subiendo las escalinatas del Congreso de la República, apoyado en el brazo izquierdo del diputado Alberto Franco Ballester, su asistente. Otras veces lo hacía del brazo del poeta Alberto Valencia, también diputado aprista. Sánchez era senador de la República. Pocos periodistas nos acercábamos a él para tomarle el pulso con la noticia. Había que cuidarse por la rapidez de sus respuestas que nos agarraba desprevenidos si no teníamos, a la mano, la repregunta adecuada. Si ella no lo convencía y más bien le parecía liviana, seguía su camino como si no hubiera escuchado al periodista. Nos obligaba, entonces, a leer, a vivir actualizados en el conocimiento y ser mejores en el oficio, si es que queríamos llevarnos a nuestras redacciones las opiniones de este hombre erudito, escritor sin desmayo, autor de libros, conservador en sus ideas y aprista a tiempo completo.
Ahora que han pasado los años y veo cómo anda el Parlamento, confieso que me lleno de nostalgia con solo pensar que en sus pasillos nos encontrábamos, además de Luis Alberto, con Héctor Cornejo Chávez, Luis Bedoya Reyes, Carlos Malpica, Javier Diez Canseco, Roberto Ramírez del Villar, Javier Valle Riestra, Mario Polar, Andrés Townsend, Jorge del Prado. Un abanico de pro hombres de todas las tiendas políticas. El viejo maestro caminaba a paso lento y tenía los ojos grandes y vivaces, como de búho. Pocos pelos canos le cubrían la calvicie. Su voz tenía los decibeles necesarios como para hacernos escuchar mensajes lacónicos, pero sustanciosos, que a veces eran misiles dirigidos con respeto y ponderación. Él fue periodista toda su vida. Le dolía encontrar textos deficientes en los diarios o que locutores improvisados estropearan el lenguaje en la radio o la televisión. Y, cual oráculo andante, 45 años atrás ya decía lo siguiente: “Creo que la prensa, en general, está pasando por una etapa muy baja, porque está predominando el sensacionalismo sobre todas las cosas. Me parece lamentable, porque significa que con tal de vender, no importa sacrificar la verdad y la honra. Un gran periodista es el que más vende y el que más vende es el que más miente. Creo que eso es sencillamente lamentable”. Cuánta verdad. Ahora que sufrimos este tipo de prensa, pareciera que LAS escribió su texto ayer nomás, para nosotros, con mirada de zahorí.