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Opinión | Edwin Sarmiento: Cosas de la vida

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18-10-2019

Cuando yo conversé con él, ya llevaba cerca de 50 años dándole a la guitarra con tristeza a ratos; melancolía, a veces; alegría, otras. De eso hace 30 años. Su rostro traslucía una paz interior, con sonrisa incluida. Unos lentes de resina blanca, dentro de una montura ancha de carey y color marrón, le daban ese aire provinciano de hombre de bien, con su ternito azul y raya perfecta en el pantalón, impecable él. Tenía el prodigio de poseer unos dedos que danzaban sobre las cuerdas de su guitarra que era de madera caoba de sonido cálido y muy rico en medios y bajos.

Los huaynos ayacuchanos, de su tierra, le salían de maravilla. Con él y su hermano Neri -a quien llamaban pajarillo por su voz de impecable afinamiento- pasé noches inmortales en Huamanga, como lo verán al final. La vida solía discurrir entre abrazos y pasiones a raudales. No había hora para el descanso. Si tú mirabas el cielo, al mediodía, encontrabas un azul limpio y brillante que exigía, ipso facto, más cerveza y si era media noche, una luna llena te sonreía para recordarte que era tiempo de más cerveza, porque la vida era así de simple y sin complicaciones.

En 1966, el artista había grabado en la disquera Sono Radio su primer disco de vinilo de larga duración. Todo un éxito. Por esa época, los cerros de Lima recibían oleadas de provincianos que bajaban del Ande y las esteras empezaban a cubrir los arenales del sur y del norte. Un grupo de guerrilleros producían sus primeras escaramuzas en el centro del país y el presidente Belaunde decía que se trataba de abigeos. Era el Perú de los 60.

Raúl García Zárate, había aprendido a tocar de muy niño, a escondidas de su padre, don Dionisio. Me contó que la guitarra se le resbalaba por entre las rodillas, pero el desaliento nunca le pudo vencer. Con el tiempo, cuando pulsaba la guitarra en conciertos, en casas de familia, en escenarios muy lejanos como China o Japón, en las entrañas de los Estados Unidos, no había gallo que no se sintiera afectado en sus emociones. Si hasta daba ganas de llorar. Tremendo artista.

Fue el que mejor interpretó los temas tradicionales de Huamanga. Así es como lo conocí mejor. Y fue cantando que una noche de domingo salvé de la muerte a su hermano Hernán, quien era médico y nos había invitado a su casa de campo en Huamanga, en una quebrada, cerca del aeropuerto.

La jarana había empezado al mediodía, con una pachamanca. Y los hermanos García Zárate como plato de fondo. Toda la tarde y parte de la noche la cosa iba a todo vapor. “Palomita blanca cuculí/ hasta cuando no formarás tu nido/ para yo hacerme de tu nido/ y llamarme tuyo para siempre// Hace mucho tiempo que yo vivo/ fuera del abrigo de mis padres/ No sé qué delito habré cometido/ para que mis penas se prolonguen”.