OPINIÓN | Eduardo González Viaña: una inmigrante en el paraíso
Acabo de llegar a Salem, Oregon, y también a algunos recuerdos. Un sábado de los años 90, estaba en un parque. Gozaba de un buen libro. De repente, sentí risas femeninas.
Venían de una banca cercana... Eran tan contagiosas que también yo comencé a reír.
Traté de volver a la lectura, pero era imposible. Media hora más tarde, todavía riendo, logré levantarme de la banca y fui a ver a mis vecinas. Hablaban castellano. Tal vez de 40 y de 22 años. Las supuse madre e hija, y lo eran. Llegué hasta ellas.
-Señora, por favor. ¿Podría decirme de qué nos estamos riendo?
Me respondió Margarita:
-Reímos -me dijo- porque a Marianita, mi hija, la acaban de despedir de su trabajo.- Se puso la mano sobre la boca para no seguir riendo, y continuó:
-El mánager dijo que sus papeles eran chuecos.
-¿Lo eran?
- Por supuesto. Mariana y yo somos ilegales.
No pudo contener la risa, y Mariana rió también.
-Lo más cómico es que esta mañana, el administrador del apartamento donde vivimos me ha telefoneado. Exige que nos vayamos porque somos muchos: Mariana, su compañero, su bebé y yo.
-¡Espere! Eso no es todo. Hace tres meses, le dimos 2 mil dólares a un tipo que nos iba a conseguir visas de verdad. El tipo se ha hecho humo...
Ya no pude aguantar... Margarita se dio cuenta.
-Se pregunta por qué nos reímos. ¿Verdad? ... Hay una buena razón. Nos reímos porque el sufrir sin reír es muy malo. Hace daño para la salud.
Me preguntan si mis personajes son inventados, pero no es así. Margarita es en realidad Carmen García, la inmigrante mexicana a quien conocí riendo en el parque.
Por ella, conocí a otros maravillosos ilegales, y me di cuenta que estaba llamado a ser un escritor de la inmigración en los Estados Unidos.
Los motivos de su ingreso en este país me fueron narrados con encanto y me sugirieron la historia que plasmé en Siete noches en California, un texto con el cual yo ganaría el premio mundial de relato Juan Rulfo.
Escribir esto suena como si estuviera delatándola, pero ya no es necesario. La “migra” ya no podrá detenerla. El año pasado, Carmen sufrió un ataque cerebral y, en pocas horas, falleció. Se fue de noche, y ahora comprendo por qué. Como buena ilegal, lo hizo para entrar en el paraíso sin que la vieran.