Opinión | Eduardo González Viaña: noviembre y diciembre en Asturias
Un día de noviembre, en Oviedo,España, subí por la empinada colina que va al panteón de San Salvador, pero tomé alguna calle equivocada y me perdí. Tuve que recurrir a una pareja que venía tras de mí para saber si ese camino también me llevaba al cementerio.
-Todos vamos para allá- me respondió un anciano de boina ploma. Su mujer añadió:
-A veces, llegamos sin darnos cuenta.
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Avancé y recordé que, desde el triunfo de Franco y durante muchos años de su dictadura criminal, hombres, mujeres, ancianos y niños, fueron obligados a caminar por esas rutas zigzagueantes hasta la parte trasera del cementerio. Allí los esperaba la boca abierta de la gigantesca fosa común.
Se calcula que hay enterrados allí mil seiscientos cuerpos. Cerca, los fascistas hacían el simulacro de un consejo de guerra y, después de ejecutar a sus víctimas, arrojaban los cadáveres a la fosa.
A muchos de los condenados se les ofreció una opción perversa. Si aceptaban confesar y comulgar, serían asesinados pero sus cuerpos no serían arrojados a la fosa. A cambio, se les daría un nicho en el cementerio católico. E incluso para hacer interminable el dolor de sus parientes, se alzó un muro de piedra que separaba como al cielo del infierno, los dos lados
del cementerio.
Hay muros como el de Oviedo en toda España. Son monumentos levantados a la memoria. Esta generación y las que vengan deben recordar que el fascismo es intrínsecamente perverso. Los desaparecidos de Argentina, las masacres de Pinochet o las ejecuciones sin juicio en el Perú de Fujimori no son casualidades ni un exceso lamentable de la guerra. Son la única expresión del fascismo, tan igual como lo son las tumbas de España, la destrucción de Guernica o los judíos, gitanos y comunistas incinerados en los hornos crematorios de Hitler.
Los profesores de lenguas clásicas piensan que la enseñanza obligatoria del latín transformará a la humanidad. Los carniceros y los derechistas están seguros de que un baño de sangre cambiará al mundo y detendrá a los pueblos.
Y por eso fue también que, al regresar del cementerio, volví a encontrar a la pareja de ancianos que me había dado información para llegar hasta allí. Y les pregunté:
-¿Saben ustedes dónde están los que ahora ya no están?
Marco Zerzen, alzó la mano derecha. Se la puso sobre el corazón.
-Regresarán en diciembre...para Navidad- respondió.
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