Opinión | Eduardo González Viaña: La mujer que desobedeció
- ¡Salga de allí y cédale el sitio al joven blanco! - No. No lo voy a hacer. - ¡Bueno! Si usted no se levanta voy a tener que llamar a la policía y hacer que la arresten. - ¡Hágalo! El 1° de diciembre de 1955, Rosa Parks tomó un autobús para regresar a su casa en Montgomery, Alabama. De acuerdo con la ley, una señal le mostraba su lugar: los blancos adelante y los negros atrás.
Rosa, quien tenía 42 años, estaba en uno de los asientos que podían ser usados por la gente de su raza solo hasta que apareciera un blanco a quien debían cederlo. El vehículo se detuvo y subieron dos policías. - ¿Por qué no se levanta? Ella respondió: - ¿Por qué ustedes nos están siempre empujando?
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El policía respondió: - No lo sé, pero la ley es la ley y ahora está usted bajo arresto. A Rosa la llevaron a la cárcel por haber perturbado el orden. Todos debían observar las leyes estatales. Si no lo hacían, eso era considerado como un acto de terrorismo castigado con la cárcel, pero Rosa decidió desobedeció. En ese momento, comenzó la gran protesta. Martin Luther King, un pastor bautista, exhortó a que los negros no viajaran en los autobuses de Montgomery.
La protesta duró trece meses, y durante todo ese tiempo los afroamericanos -como cualquier ciudadano progresista- caminaban desde sus casas hasta sus lugares de trabajo. Al final, triunfaron, y tanto la ley de Alabama como todas las leyes segregacionistas de los Estados Unidos fueron abolidas. “Lo preocupante no es la perversidad de los malvados sino la indiferencia de los buenos”, dijo una vez el pastor King, y esto se aplica al caso que analizamos.
Muchas personas suponen que obedecer las leyes les basta para ser ciudadanos correctos. Pero, ¿qué ocurre si las leyes son infames? El santo norteamericano sacrificó su vida por esos principios. Ahora, el mundo civilizado es consciente de que la desobediencia es un deber cuando las leyes son bárbaras. Sin embargo, en algunos países, como el nuestro, ciertos irresponsables llaman incluso “terrucos” a quienes proclaman esta actitud.
Tanto los principios democráticos como las voces de los pastores más consecuentes de todas las religiones y del propio Papa pregonan, en cambio, como MLK, que, si el hombre no ha descubierto nada por lo que morir, no es digno de vivir.
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