19/12/2018 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
Se está terminando el año y tenemos a todos nuestros presidentes y aspirantes en la situación de presos, extraditables o enjuiciados por corrupción y algunos sindicados por genocidio.
Junto a esta experiencia, hay en la historia peruana dos gobernantes decentes que sufrieron la misma suerte y cuya honestidad se reconocería mucho más tarde.
El más antiguo es el vigésimo virrey del Perú, Baltazar de la Cueva Henríquez y Saavedra, conde de Castelar, un moralista implacable que saneó la Hacienda Pública, mantuvo a raya a los corruptos y no dudó en usar contra ellos la pena capital.
Además, “por resultado de su tarea marcharon al presidio de Valdivia varios empleados fiscales, se ahorcó al tesorero de Chuquiayo, y fueron confiscados los bienes de los culpables”.
El celo impuesto en los negocios públicos y la dureza en el afán recaudatorio originarían una serie de quiebras en empresas que estaban acostumbradas a trabajar de manera irregular. Los propietarios de las mismas se convirtieron en los primeros enemigos del virrey.
A la enemistad de los ricos peruanos, sumó el conde de Castelar la de los mercaderes de Sevilla que comenzaron a pedir su remoción. Se le acusó de haber dejado que los galeones de China desembarcaran mercancías, telas, sedas, porcelanas, joyas, tafetanes, brocados, medicinas y especias en el Callao.Durante el verano de 1678, el rey Carlos II ordenó su destitución.
Castellar vivió su exilio en Santiago de Surco. Dos años después, el implacable juicio de residencia determinó que el virrey era inocente de todas las acusaciones que se le habían imputado.
Durante la República, Guillermo Enrique Billinghurst fue presidente de 1912 a 1914. Hombre de avanzada, intentó mejorar el sistema de vivienda y enseñanza de los trabajadores, concedió a los obreros del Callao la jornada de ocho horas y garantizó el derecho a la huelga.
Por fin, propuso una legislación social moderna. Esto le pareció demasiado a la oligarquía peruana.
Se le intimó a que renunciara, pero el presidente intentó disolver el Congreso y convocar al pueblo para realizar reformas constitucionales. En vista de que no llegó a disolver el Congreso, el Congreso decidió disolverlo a él. Por fin, ellos encontraron el militar que necesitaban y lo contrataron para dar el golpe de Estado. Era Óscar R. Benavides.
En 1678, el virrey tuvo que dejar su cargo al odiado arzobispo de Lima, Melchor de Liñán. ¿Se repetirá la maldición?