15/01/2020 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
Hay tantos santos en el Perú que, cuando un peruano muere, en el cielo tiene muchas influencias.
Comencemos en 1581. Ese año llegó al Perú un nuevo arzobispo, Toribio de Mogrovejo, quien de inmediato se dedicó a realizar visitas pastorales. Un poco más arriba de Lima, en Quives, confirmó a una niña muy bonita de nombre Isabel Flores de Oliva (1586-1617). Rosita, como la llamaban, regresó luego a la Ciudad de los Reyes con sus padres para residir en el barrio de San Sebastián. En esa misma parroquia, había sido bautizado seis años antes Martín de Porras.
Martín tenía un gran amigo en la Recoleta de Santa María Magdalena, cuyo nombre era Juan Macías. Juntos escuchaban la prédica de un verboso franciscano llamado Francisco Solano. Los cinco, Toribio, Rosa, Martín, Juan y Francisco, subieron a los altares y fueron los primeros santos del Perú.
Fueron los primeros, pero no los únicos.
La Santa Inquisición, sin embargo, no hacía distingos entre santos y pecadores. De la misma forma que perseguía a supuestos herejes, judíos, fornicadores, brujas, lisurientos e incluso a los dormilones que no iban a misa, sospechaba también de quienes exageraban las prácticas cristianas fuera del convento.
Muchas de las beatas contemplativas fueron empujadas a espantables cárceles y torturadas hasta la muerte para que declararan que no era Jesús sino el demonio a quien rezaban. Los inquisidores no querían que la iglesia perdiera la exclusividad ni el liderazgo en los rituales, y fue por ello que incluso Santa Rosa fue investigada.
No solo la Colonia nos ha depSarado santos. En el Perú, como en otros países de similar ancestro, hay misticismo en todas partes.
Sarita Colonia es un ejemplo. No será canonizada. No cumple con las exigencias sociales o raciales para ello. Sin embargo, un pueblo pobre entre los más pobres del mundo la ha declarado santa, y lo es de quienes más necesitan y no tienen acceso a un abogado sobrenatural, los pobres, los presos, los ladrones, las prostitutas, los desocupados, y en estos días los clandestinos y asombrosos inmigrantes.
En los accesos subrepticios a los Estados Unidos, muchas personas con identidad falsa aprietan en la mano el dije de Sarita o tienen un escapulario suyo cosido a su ropa interior, y confían en que Sarita los ayudará a pasar sin ser advertidos.
En estos días, todos los santos tienen un trabajo inmenso.