05/02/2020 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
¿Hay una calle con el nombre de Rosa Guerzoni?-he preguntado en diversos distritos de Lima. Esa calle no existe, pero debería existir.
Sobre ella, me habló un testigo y protagonista de la historia, Ricardo Noriega Salaverry, con quien me une una fraternal amistad. En los años 80, Ricardo inició y dirigió el movimiento masónico Shriner del Perú, una filial de la organización filantrópica más grande del mundo, cuya finalidad es la de rescatar a las personas, especialmente a niños, que han sufrido quemaduras. Sus servicios son enteramente gratuitos.
Así comienza la historia de Rosa. Invitada por los Shriners, se especializó en el Galveston Hospital de Dallas, Texas, y de allí volvió a su patria para iniciar una actividad sin fin. En los hospitales, en las postas de los pueblos más apartados, una emergencia de incendio la convocaba de inmediato, y su arribo era aguardado como la llegada de un ángel cuyas manos harían el prodigio de salvar la vida y devolver la alegría a centenares de niños en peligro de muerte.
Si hubiera querido hacerse rica, Rosa podía haber hecho un ligero cambio de rumbo. En los nosocomios del Estado, los facultativos “ganan” sueldos modestos. Además, los que atienden a quemados no tienen un consultorio privado porque los pacientes son en su mayoría personas que no podrían pagar una consulta.
Con la pericia de sus manos que devolvían pieles y rostros, la doctora -nacida el 7 de julio de 1952 - podría haberse pasado al campo de la cirugía plástica en el que la consulta privada da rendimientos económicos ostensiblemente mayores. Pero Rosita nunca pensó en eso, y siempre creyó que sus manos pertenecían a los pobres.
Y aquí viene la paradoja. El 19 de enero de 1997, Rosita está atendiendo a sus pacientes en Pucallpa y apenas tiene tiempo para tomar sus alimentos en una improvisada tienda de campaña. Allí un niño manipula el bidón de gas y se produce un accidente. Rosa, una enfermera y el niño vuelan por los aires.
Un conjunto de médicos, dirigidos por David Herdon, médico jefe del Hospital Shriner de Dallas vuela hacia el Perú en su auxilio.
-Doctor, no se preocupe por mi rostro. Solamente sálveme las manos. Todavía hay muchos niños que curar.
Fueron sus últimas palabras, y yo me pregunto ¿qué me responderán cuando otra vez pregunte: dónde queda la calle, el parque o el hospital 'Rosa Guerzoni'?