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OPINIÓN | Eduardo González Viaña: No firmo, dijo Raúl Porras

No te pierdas la columna de Eduardo González Viaña.
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14-09-2022

“No firmo”- dijo Raúl Porras Barrenechea, representante peruano en la reunión de cancilleres de la OEA, y, desde ese momento, su decisión y su discurso consecuente son un hito en la historia americana.

Ocurrió en San José de Costa Rica, sede de esa reunión, el 23 de agosto de 1960. Una propuesta de Estados Unidos susurrada al oído de nuestros gobiernos -con pocas mieles y mucha amenaza- les imponía el dictado de expulsar a Cuba del concierto de las naciones americanas.

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El motivo real de Washington era que la revolución cubana había expropiado empresas de esa nacionalidad vinculadas al gobierno corrupto de Fulgencio Batista. La excusa era asumir que los principios de transformación económica cubanos implicaban “una amenaza de intervención extracontinental...”, vale decir el supuesto ingreso de la Unión Soviética en nuestro continente.

Ese mismo día se adoptó la “Declaración de San José de Costa Rica”, cuyos acuerdos declaran que la Organización de Estados Americanos desaprueba y rechaza la “aceptación de una amenaza de intervención extracontinental por parte de un Estado americano”, y con ese acuerdo se echa a Cuba de la organización, se justifica cualquier represalia armada ulterior y se convierte a ese país en un paria en el mapa de nuestro continente.

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“No firmo”- dijo Porras y su discurso inmediato no fue ni mucho menos un acercamiento a la posible amenaza del Soviet sino una valiente defensa la doctrina del interamericanismo, que, desde el Congreso de Panamá de 1826, mantiene el principio de no intervención y la defensa del sistema democrático.

En un ambiente dominado por la unanimidad obsecuente, las palabras de Raúl Porras fueron mal recibidas, pero eran un acto de dignidad y de consecuencia con principios que, desde los días unionistas de Bolívar, infundieron el respeto a la autodeterminación de los pueblos.

Como resultado, el régimen cubano fue excomulgado y puesto en capilla, pero también lo fue en el Perú el escritor, el abogado, el más brillante de nuestros historiadores que fue desautorizado por el gobierno de Prado y no encontró amigos en el aeropuerto. Murió un mes después, en septiembre.

Pero ha quedado en nuestra peruanidad y en nuestras vidas. “No lo conocí porque apenas tenía 12 años, y creo que por esa actitud me hice diplomático”, me acaba de confesar un querido amigo. Le respondo que yo lo he leído y por eso soy cada día más peruano.

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