10/07/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
Lo primero que vi en la Feria Internacional del Libro de Ayacucho fue a un poeta peruano, Sixto Sarmiento, leyendo su obra al aire libre en el Parque Central Sucre ante unos 5 mil ayacuchanos.
No soy yo quien exagera. Lo hizo Willy del Pozo, el organizador del evento, quien no tuvo inconveniente en programar un recital para inmediatamente después del partido Perú-Brasil. En una de las esquinas de la plaza, levantó una pantalla gigante de televisión y, al terminar el evento deportivo, siguió el de poesía, y fue extraordinario.
Nuestros creadores suelen ser timidones y generalmente leen sentados y con voz cansina como si la maestra fuera a castigarlos. No fue así ese domingo. Antes que Sixto, el editor y poeta Harold Alva se dirigió al público como si se hallara en un mitin político e hizo que la gente festejara y vivara la alegría de haber nacido en un país de poetas.
Del Pozo se atrevió a más. A mucho más. Además de connacionales, invitó a autores de Chile, Bolivia, República Dominicana, Costa Rica y México. No tengo sino 400 palabras para esta columna y por eso no puedo mencionar a todos, pero sí bajarme el sombrero ante la capacidad y la simpatía de los ayacuchanos que coparon los stands de libros y las salas universitarias donde se realizaban las lecturas, conferencias y conciertos.
Tengo la costumbre de llevar un sombrero peruano y luego obsequiarlo en un evento como estos a un gran autor. Lo he hecho con los dos más grandes vallejistas de Europa, Stephen M. Hart en Londres cuando presentamos mi novela Vallejo en los infiernos en la edición inglesa que él tradujo y lo hice también con Antonio Melis en la Feria del Libro de Turín, prologuista de mi novela La Ballata di Dante.
Por las calles y noches de Ayacucho anduve pensando en los tiempos maravillosos que alguna vez viví aquí. Compré un libro de poesía y me encontré con una maravillosa colección de recuerdos, poemas como la lluvia y como la guitarra de Raúl García Zárate. Había abierto el libro sin saber quién era el autor. Cuando supe que pertenecía a Omar Lara, uno de los grandes poetas de Chile, presente en el evento, me acerqué a él y le dije: “Hermano, un sombrero por un poema. Este sombrero es tuyo”.