OPINIÓN | Eduardo González Viaña: Conversando con el Señor Cautivo
Tres hombres ataviados con blanquísimos ponchos de lana llegaron al pueblo de Ayabaca, Piura. Desmontaron de tres caballos blancos. Se comprometieron a esculpir la estatua del Señor Cautivo. Ponían condiciones: que les dejaran sus alimentos al amanecer y que nadie observara su trabajo.
¿Cómo sabían que el pueblo necesitaba una imagen del Señor Cautivo? No lo sospecho. Era 1751. Les entregaron las ramas de un árbol de cedro del cual brotaban gotas de sangre.
La curiosidad de la gente pudo más que su compromiso. Un día se acercaron al taller y, al no obtener respuesta, forzaron la puerta. En el interior no había nadie y la comida estaba intacta.
Sin embargo, ante ellos se alzaba la escultura de un Cristo cautivo. Igual que cuando los soldados romanos capturaron a Jesús, el humilde hijo del carpintero y lo llevaron preso para matarlo porque predicaba la igualdad y el amor.
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Tal es el origen mitológico de una devoción que se mantiene hasta ahora. De Ayabaca ha salido al resto del mundo y, este domingo, tuve ocasión de contemplar su culto en la basílica de Nuestra Señora de la Concepción, en Madrid.
El culto sigue creciendo. Ahora ha llegado a Europa. Centenares de inmigrantes latinoamericanos y muchos españoles participaban en la procesión a la que acudí este domingo.
Quise preguntarles por el origen del Cautivo, pero la mayoría no lo conocía. No obstante, eran peruanos con sangre dulce para el viaje y la aventura.
Eran inmigrantes. Unos me contaron que el Señor Cautivo los había ayudado a encontrar documentos y un puesto de trabajo. A los demás les había dado salud, techo, amor y esperanza...mucha esperanza.
Llegué a la basílica por amable invitación del embajador del Perú, Óscar Maúrtua de Romaña. No me alegraba, lo confieso, pero allí me encontré con los peruanos del éxodo, con aquellos que salieron de la patria en busca de lo que no encontraban en ella.
El Perú es país de santos. No menos de cinco caminaban por Lima en el siglo XVI. Eso sí, Martín de Porras tuvo que esperar cuatro siglos para ser canonizado porque en el cielo, según parece, también se necesitan influencias.
Los inmigrantes peruanos caminan por el mundo cargando sus santos y los recuerdos maravillosos de la patria lejana... y si no los tienen, los inventan. Por algo son peruanos... soñadores, valientes y capaces de hacer cualquier milagro.
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