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OPINIÓN | Eduardo González Viaña: "Castaneda, el profeta casado"

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18-12-2019

Vendió ocho millones de copias de 'Las enseñanzas de don Juan', su primera obra. Dio vueltas sobre el tema del chamanismo en otros ocho libros que le produjeron más de 50 millones de dólares.

Fue traducido a 20 idiomas. Se le consideró el profeta de los norteamericanos de los años 60 y, por fin, parodiando a Jesucristo, a partir de él un grupo de intelectuales desesperanzados fundó una 'Nueva Edad' (el movimiento gringo del New Age).

Pero cometió un solo error en la vida: se casó.

Carlos Castaneda no protestó en absoluto cuando los editores le quitaron el rabito de la eñe a su apellido, y no aceptó cuando le pidieron una foto para la contracarátula. Sus libros no tenían más identificación que aquel nombre debajo del cual no aparecía reseña biográfica alguna.

En las poquísimas entrevistas que concedió, aseguró que provenía de Brasil, aunque también dijo ser un príncipe persa, un sabio portugués y un faraón egipcio reencarnado. Ahora se sabe que era cajamarquino. En cuanto a su personaje, el sentencioso chamán mexicano don Juan Mateus, se sabe tanto como del autor.

La sabiduría de don Juan, o tal vez la del propio Castaneda, provenía supuestamente de haber ingerido la raíz del peyote y, gracias a los poderes alucinógenos de aquél, de haberse puesto en contacto con los viejos maestros mayas que caminaron sobre las tierras de México en los milenios del ayer.

El asombroso brujo del libro tenía recetas para volar, para hacerse invisible, para transformarse en un animal, para caminar sobre otros mundos y para vivir eternamente, pero, sobre todo, para llegar a ser feliz.

Cuando era profesor visitante de la universidad de Berkeley, Mario Vargas Llosa recibió a Carlos Castaneda. Me contó Mario que el recién llegado se resistió a revelarle su nacionalidad y, más bien, le hizo creer que había recorrido a pie el trecho entre Los Ángeles y San Francisco (más o menos 500 kilómetros) tan solo para conocerlo.

Decía al comienzo de esta nota que casarse fue su único error. Un día apareció Margaret Evelyn Runyan de Castaneda. Papeles en mano, la esposa gringa probó que hubo matrimonio, que se celebró en 1960, y que su marido no fue un príncipe persa sino un imaginativo cajamarquino.

Y más todavía, que el apellido del chamán, Mateus, era la denominación de un vino portugués que Castaneda solía degustar. Seguro que de allí le llegó la sabiduría.