OPINIÓN | Eduardo González Viaña: "Campana, inventor de Chan Chan"
Cuando publiqué 'Los peces muertos', mi primer libro, acababa de obtener ciudadanía, tenía el pelo muy largo, vivía en Trujillo y frecuentaba a un grupo de amigos maravillosos que pretendían poner al mundo de cabeza. Se llamaba 'Grupo Trilce'.
Cristóbal Campana, quien diseñó la portada de mi libro, era el más imaginativo de nosotros, y por eso, después de hacer cuentos, cuadros y obras de teatro, recaló en la arqueología, que, como se sabe, es ciencia propicia para intuitivos y embusteros.
Después de hacerse profesor en Historia y Geografía, Cristóbal estudió Ecología Andina, Sociología y, también, Arqueología. En homenaje a él, Luis G. Lumbreras dice que “combina la sapiencia del viejo humanista con las consignas de la arqueología científica”.
Cristóbal acaba de morir. A todos nos va a pasar, pero antes debemos hacer realidad nuestros sueños. En su caso, su primera realización fue inventar Chan Chan.
Desde los años setenta y durante décadas, estuvo encargado de la restauración de la milenaria ciudad que se halla a un costado de Trujillo.
Allí, los jóvenes “trilcistas” nos habíamos pasado noches mirando a la luna y cincelando indolentes sonetos. “Crisbell” comenzó a restaurar la ciudadela Tschudi y logró que sus templos, plazas, observatorios y murallas se exhibieran otra vez ante el mundo como si recién hubieran llegado desde un planeta distante.
Recuerdo que mientras paseábamos por la antigua ciudad, Cristóbal me explicó el sentido de las olas en la iconografía andina. Las mismas aparecen en todas nuestras culturas y los arqueólogos las ven como grecas, apéndices, crestas, tentáculos de pulpo, ganchos, garfios, etcétera.
Cristóbal se rebelaba contra esas denominaciones tan solo descriptivas y me hablaba de “espacios sagrados” en los cuales las olas hacen el papel de explicaciones del mundo, del universo y de los hombres.
Chan Chan estaba metida en nuestro corazón por haber sido la cuna de nuestros ancestros de antes de antes, y también la tumba de los cinco mil trujillanos a quienes Sánchez Cerro fusiló en 1932 cuando se rebelaron contra la dictadura y en nombre de una nueva sociedad.
Fue autor de la Ley del Colegio de Antropólogos y coautor de la Ley del Medio Ambiente, así como diputado dos veces consecutivas y profesor universitario durante toda la vida.
El sábado, acudí a su velorio y no paré de pensar qué otras ciudades portentosas estará restaurando en el cielo si Dios se lo permite.