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Opinión | Eduardo González Viaña: Archivo expiatorio

27/11/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023

El Index era un libro religioso que señalaba cuáles eran los libros que un buen cristiano no debería leer. No sé si todavía existe, pero allí debería estar Archivo expiatorio de Luis Jochamowitz, razón por la cual me persigné con agua bendita antes de presentarlo en la Feria de Miraflores.

Está escrito para quienes confunden la comedia con la historia o están interesados en reír y pensar al mismo tiempo.

Presidentes, líderes, filósofos, poetas, periodistas, boxeadores, se alternan en un archivo que les concede seiscientas palabras a cada uno, la anécdota más secreta de su vida y tal vez su momento menos glorioso.

Luis A. Flores murió en 1969, pero Jochamowitz dice que “murió con treinta años de retraso”. Como ustedes comprenden, este es a veces un libro malvado y por eso merece ser leído.

En los años 30, Flores fue fundador de un partido fascista llamado Unión Revolucionaria cuyos miembros, vestidos con camisas negras, desfilaban por Lima dando gritos y celebrando las supuestas grandezas de Hitler, Mussolini y la raza blanca.

Obviamente, como buenos fascistas peruanos, no eran muy germánicos. Tanto su fundador como el presidente Sánchez Cerro, a quien glorificaban, eran más bien zambitos.

En el 'Último día de Prado', Jochamowitz nos revela que el presidente de ese apellido sabía con anticipación que iba a sufrir un golpe el 17 de julio de 1962, y que por ello organizó una fiesta familiar en palacio la noche de la víspera. A las 10 p.m., cuando despedía a sus sobrinas, ellas insistieron en quedarse porque nunca habían visto un golpe de Estado.

Hay además historias de amor como la de Marilucha García Montero, una cronista de alta sociedad que sufrió la vida atormentada por un amor imposible. Persiguió ciudad tras ciudad y mitin tras mitin a un incorregible solterón llamado Víctor Raúl Haya de la Torre.

Como tenía que ser hablando de política, también hay locos, y uno de ellos es Pedro Cordero y Velarde quien se proclamó Mariscal de mar, tierra, aire y profundidad, y pronunciaba elocuentes discursos tanto en el Congreso de la República, como en un chifa o en un bazar japonés.

Tal vez este libro debería ser prohibido. Tal vez no. Está muy bien escrito en el estilo irreverente de 'Caretas' en que sus textos aparecieron y es el más entrañable ritual de la nostalgia que he leído en mucho tiempo.