25/09/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
Lo primero que me sorprendió en Chiclayo, al llegar el viernes pasado, fue encontrar un grupo de abogados ambulantes a una cuadra de la Plaza de Armas. Provistos de una mesita plegable y alguna Remington del siglo antepasado, los susodichos colegas completan allí sus ocho horas de trabajo cotidiano.
Me atendió Hernán Quesquén, natural de Monsefú y devoto del Señor Cautivo. Le pregunté qué tipo de asuntos atendía.
-De todo, señor, y nunca he perdido un caso.
Me encanta Chiclayo. Todo allí es asombroso. La catedral es una réplica de la de San Pablo, en Londres. ¿O es al revés? La vecina Lambayeque proclamó la independencia antes que Lima. El señor de Sipán fue uno de los gobernantes más poderosos del mundo antiguo.
Algo más: Hará una década acudí a Galapagar, una ciudad próxima a Madrid, invitado por un ateneo filosófico. El presidente del grupo era Eduardo Ruiz Robles, ferreñafano y, también alcalde de Galapagar.
Esta vez mi tocayo, en representación de un naciente Centro de Estudios Hispánicos, me había invitado a dar una charla en el Instituto Cultural Peruano Norteamericano, y esa era la razón de mi visita.
Algo más. El domingo en misa, me senté una fila detrás de una dama. A la hora de darnos el saludo de la paz, pensé que era una de las más bellas del mundo, y no me equivocaba. Era Lucila Boggiano, Señora Mundo hace algunos años.
El tiempo está detenido. Allí arriba en una torre de la catedral, el coronel Balta comandaba una rebelión. A su lado su secretario, el escritor Ricardo Palma, se agachaba un poquito para que no le cayeran las balas.
-¿Contra quién es su demanda? - me preguntó el ambulante. Le conté que había llegado por tierra desde Piura y que había encontrado erosiones y profundos huecos en la carretera. Le dije que las calles cercanas al mercado permanecían siniestradas. Denuncié que, pasados dos años de la catástrofe de El Niño, poco o nada se hubiera hecho por reforzar las defensas de las comunas próximas al Río de la Leche.grupo de abogados ambulantes
Por fin, le conté que un paro en Piura en protesta por hechos similares me había obligado a conducir por la variante de Olmos.
El abogado me detuvo:
-Un momento, señor. Pensemos ante quién expondremos sus demandas. Yo, como hombre de Monsefú, creo que el único que puede solucionarlas es el Señor Cautivo.