14/09/2022 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
“La persistencia de la memoria” es un cuadro de 1931 del pintor surrealista Salvador Dalí, pintada en óleo sobre un pequeño lienzo de 24 x 33 cm.
Lo impresionante y característico de esta obra es la presencia de relojes, cayendo derretidos en distintas superficies teniendo como fondo un acantilado.
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Como casi todas las obras del surrealismo, movimiento así denominado por André Breton en su manifiesto de 1924, esta obra vio el día bajo la influencia de las teorías psicoanalíticas de Sigmund Freud, alejándose del convencionalismo artístico, intentando develar el subconsciente de los individuos. Dicho sea de paso, Alberto Quintanilla sostenía que el surrealismo ya se encontraba en las pinturas precolombinas.
Hecha esta digresión, el simbolismo en la obra de Dalí aborda la noción de la temporalidad y la manera en que la aproximamos, cada quien en sus espacios de vida. Pero ¿Cuándo empieza y acaba el tiempo? Dalí trata de acercarnos a ese tiempo relativo, con el reloj como la manera usual de calcular su forma de discurrir -en horas, minutos y segundos-, entre nuestros apuros cotidianos, intentando (vanamente) controlarlo.
Al parecer, el tiempo ha venido a forzar su cadencia y los días riman con micro espacios de actividades que aceleran su pérdida, al punto que quisiéramos darle tiempo al tiempo.
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¿Cuánto dura ese espacio temporal? Para cada quien, sería el horizonte de vida que nos corresponde, avanzando cual caída en tobogán, a lo mejor frenando un poco, pero indefectiblemente sin poder detenerlo ni menos regresar. Para el mundo, se dice que es eterno; nunca fenece, solo transcurre. En ambos espacios, se ubicaría nuestra humanidad, según Blaise Pascal en sus “Pensamientos”, como un punto perdido entre dos infinitos.
De allí que, en esa longitud temporal finita, se haya olvidado el sentido de trascendencia al que nos invita Dalí. Así, estaríamos obviando la reflexión sobre nuestra naturaleza y lugar; nuestra humanidad y verdadero compromiso para la existencia. La consecuencia es que el individualismo persistente rima hoy con temporalidad, al diluirse la responsabilidad de cada uno en la inmediatez, haciendo que moral y valores sean cambiantes y lleven fecha de caducidad. En esta carrera sin llegada, con raros ejemplos válidos por enaltecer, nuestras sociedades ya no estarían viendo el futuro con optimismo; solo verían el presente como un flujo de sensaciones sin fin, lanzando la mirada atrás para ver lo hecho por el espejo de la nostalgia.
Tiempo y trascendencia son entonces los espacios por asociar, en aquel suspiro llamado vivir.
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