OPINIÓN | Carlos Jaico: El Perú es más grande que sus problemas
Causó sorpresa el anuncio del presidente Martín Vizcarra, con la frase que ya quedará para la historia: ¡nos vamos todos! Es cierto que esta manera de disolver, acortando los plazos de gestión del Legislativo y Ejecutivo, no se había visto.
En el mundo, la figura de la disolución tanto del Congreso como del Gobierno es un útil constitucional de uso común. Así, en democracias más evolucionadas la disolución llega para poner fin a un impase de orden constitucional y permitir la gobernabilidad. Es el caso en Francia, con la disolución del general De Gaulle en 1968, que la utilizó para poner fin al movimiento social que perturbaba el funcionamiento de las instituciones. François Mitterrand en 1981 y 1988, la usó para asegurar la mayoría presidencial en el Parlamento. La excepción vino con Jacques Chirac en 1997, al disolver el Parlamento pese a contar con una mayoría favorable, abriendo paso a la “cohabitación”. En Portugal, el presidente Jorge Sampaio disolvió la Asamblea de la República y convocó a elecciones generales. Esta medida ponía fin a una situación política polarizada y de inestabilidad, debido a la impopularidad del primer ministro Pedro Santana Lopes. En el Reino Unido, la Cámara de los Comunes votó mayoritariamente en 2017 por autodisolverse accediendo al pedido de Theresa May, primera ministra. La razón: contar con un liderazgo fortalecido para enfrentar las negociaciones por el Brexit. De la misma manera en Bélgica, donde el Rey planteó en 2010 una modificación constitucional que disolvía el Parlamento.
Habrán notado que el fundamento de estas disoluciones es desbloquear una situación política y avanzar en proyectos importantes para el país. De las situaciones comentadas, todas han permitido una salida y renuevo de mayorías congresales, permitiendo la gobernabilidad.
Sin embargo, en el Perú el uso de las herramientas constitucionales pone en evidencia intereses políticos alejados de una visión de país. Se acrecientan absurdamente pequeñas diferencias. El menor problema se vuelve tema de relevancia nacional, y los gruesos adjetivos calificativos vienen a cerrar todo diálogo. No es casualidad entonces que los congresistas se hayan caracterizado por el uso exagerado de la censura, la interpelación, vacancia o, por parte del Ejecutivo, la amenaza de disolución. Aferrándose a sus curules, denotan clara incapacidad y falta de visión de país. Pero también demuestran su falta de amor por el Perú. Queda salir lo más pronto de esta penosa experiencia y renovarse políticamente. Aunque para ello sea necesario decir: ¡que se vayan todos!