22/12/2021 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
En la Navidad de 1914, agazapados en las frías trincheras del frente occidental, soldados franceses, alemanes y británicos, exhaustos y con la moral resquebrajada, se miraban de lejos esperando el momento de atacar. Entonces algo inédito ocurrió.
Pese a la enemistad incubada durante la guerra, espontáneamente y sin autorización, los soldados salieron tímidamente de sus húmedas zanjas, con banderas blancas, buscando confraternizar. Se dieron la mano, bebieron y cantaron villancicos.
Los oficiales al mando, sorprendidos, quisieron impedir que estos encuentros se reprodujeran. Dejar que los soldados fraternizaran significaba el fin de la batalla, pues estos podrían tomar conciencia de la inutilidad de una guerra propiciada solo por los altos mandos. Sin embargo, la imprevista reconciliación estaba dada. El anhelo por la paz hizo renacer el sentido de humanidad en el campo de batalla.
Esta historia, ocurrida hace más de un siglo, ejemplifica la diferencia entre lo que los ciudadanos desean -vivir en paz y alcanzar sus aspiraciones colectivas y personales- y las ambiciones o intereses de quienes dicen representarlos.
Nuestros compatriotas, ocupados en buscar su sustento diario, no están pendientes del ruido político o de rumores que se esparcen bajo la lógica de que “es lo que vende”, y que con frecuencia son infundados. Una lógica que exacerba cada pequeña contradicción del otro. Que recurre al tremendismo verbal. Que rara vez reconoce algo bueno. Que se convierte en implacable acusador y juez. Que busca mantener encendida la confrontación entre peruanos. Que opina sobre lo que no conoce. Que elucubra buscando el descrédito y la humillación del otro. Que carece de la hidalguía de disculparse, aun cuando sabe que se equivocó.
Nuestros compatriotas no quieren esto y rechazan sensiblemente las actitudes de quienes dicen representar sus intereses, pero que, en la realidad, no los escuchan.
Como efecto de esta lógica, tenemos una sociedad en crispación constante, dominada por la desconfianza y la desinformación. ¿Qué nación podría resistir este incesante estrés social? Ninguna. Los países con altos índices de desarrollo supieron elevarse éticamente por encima de las coyunturas y conflictos. Aprendieron a administrar las subjetividades producidas por la contienda y avanzar hacia la construcción de objetivos comunes y trascendentes.
Luego de la tregua de Navidad, los soldados no tuvieron otra alternativa que regresar a la batalla. Hoy los peruanos sí tenemos otra opción: ser mejores, unirnos y avanzar. Para ello necesitamos una alta dosis de buena fe y espíritu constructivo, tomando el ejemplo de la tregua de Navidad, donde la paz y la reconciliación encontraron su camino.
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