OPINIÓN | Carlos Jaico: "La mediocracia"

La palabra “mediocre” toma su origen del latín mediocris, cuyo significado es común, ordinario o de escaso mérito. El uso de este adjetivo identifica entonces a alguien capaz de realizar actividades que se alejan de las expectativas, resultando insuficientes.

El filósofo Alain Deneault, en su libro 'La Mediocracia', plantea que la división e industrialización del trabajo han contribuido al advenimiento del poder mediocre, y por ende de los mediocres, en sectores como la política, gestión pública o economía.

Cabe precisar que esta situación hace que la mediocridad en una sociedad desarrollada, no sea vista con buenos ojos. Sin embargo, en algunas sociedades existiría incluso un cierto elogio por su existencia y permanencia. Tan es así que ser innovador o promover la excelencia se ve como algo inédito, raro, incluso hasta insultante para algunos que, al sentirlo, lo combaten con todas sus fuerzas. Es lo que describía Goethe en su “Diván de Oriente y Occidente” al hacer la pregunta: ¿Por qué te quejas de tus enemigos? ¿Acaso alguna vez podrás hacerte amigo de aquellos para quien un ser como el tuyo constituye un tácito reproche permanente?

Y es que el mediocre solo puede avizorar lo que le es similar o inferior, tanto humana como intelectualmente. Individualista, es incapaz de rodearse de personas que lo superen, y mantendrá su posición a sangre y fuego, eliminando lo que considera su competencia. Esta situación actúa como un anestésico de las buenas acciones, generando la letargia y la falta de innovación en las organizaciones, anulando a quienes tienen alguna capacidad de superación. Para el mediocre, nada debe venir a opacar su posición y se mantendrá incluso usando el chantaje, la extorsión o la amenaza. Este comportamiento se verá exacerbado, desde el momento en que el mediocre logre obtener cierta autoridad. A partir de allí, usará y abusará de su poder haciendo que quienes se encuentren bajo su mando, sufran los embates de su tiranía.

Por su parte, José Ingenieros, en 'El hombre mediocre', enfatizaba el hecho que la mediocridad es una incapacidad de ideales. Precisamente, una sociedad u organización sin ideales son la prueba que el inmovilismo ha opacado su creatividad e ingenio. Esto implica inevitablemente la falta de visión, lo cual conlleva a una ausencia de misión.

De allí que debamos poner la evolución de nuestra sociedad en los mejores valores, que impulsen la realización de los más altos ideales, como medio -y única manera- de despojarnos de la mediocridad.

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