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OPINIÓN | Carlos Jaico: de la democracia sin partidos, a la partidocracia sin ideologías: ¿cómo salimos del impase?

Izquierda y derecha no han evolucionado, dejándose devorar por la corrupción.
partidocracia
16-05-2019

La corrupción generalizada de Lava Jato y el cadalso judicial, prácticamente han descabezado a los principales partidos políticos, poniendo en aprietos a la división ideológica de izquierda y derecha.

Analizando la situación política a inicios de siglo, Martín Tanaka planteaba que en el Perú existía una democracia sin partidos (Democracia sin partidos. Perú 2000-2005, IEP 2005). Cuatro comicios electorales después, asistimos a la progresiva desaparición de la división ideológica de izquierda y derecha. Si lo primero configura una crisis de gobernabilidad, lo segundo confirma la ausencia de visión de país. ¿Puede una democracia sostenerse sin partidos y, por ende, sin visión? Difícilmente.

El principio es que los partidos políticos proyectan el debate ideológico. Sin ellos no habría una visión que se discuta. Así, cuando los partidos no ofrecen ninguna posibilidad de soñar y que sus dirigentes son incapaces de construir una nueva visión de desarrollo, la democracia pierde sentido y la política su credibilidad.

Esta ausencia hace que hoy dominen partidos pragmáticos y caudillos, cuya labor es más electoral que política, centrando su accionar en una lista de promesas, fuera del contexto de las ideas, valores o principios de cada familia ideológica. Habrá notado que las encuestadoras rara vez preguntan por la preferencia ideológica de izquierda o derecha, centrándose más en el nombre de tal o cual candidato. Es la señal que, en esta parte del siglo, pragmatismo y caudillismo han ganado terreno. Más aún cuando hacer política se ha limitado a conservar el poder o recuperarlo a como dé lugar, sin ponerlo al servicio del ciudadano.

Izquierda y derecha no han evolucionado, dejándose devorar por la corrupción. Han demostrado no saber gobernar en una economía neoliberal ni proponer otra alternativa. Se sumergieron en la competencia feroz, afirmando la supremacía de la economía de mercado sobre los valores humanos. Priorizaron los intereses personales en desmedro del deber colectivo y los valores comunes. Sucumbieron al individualismo, sin sopesar el riesgo de desestabilización de la sociedad, al suprimir la noción del deber colectivo, acuñando frases como “todo tiene un precio” y “el fin justifica los medios”. En suma, asistimos a una época en que la economía de mercado ha generado una política de mercado.

El desvanecimiento de la izquierda y derecha hace sonar la hora de la evolución ideológica. Sin duda, el momento de recentrar el debate sobre una nueva visión de país, que ponga al ser humano al centro de la acción política.

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