29/08/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
Oswaldo de Rivero en El mito del desarrollo, expuso los riesgos de la depredación humana planteando que el desarrollo infinito es un mito. La razón es que la humanidad vive en un mundo de limitados recursos y en riesgo por los peligros que genera. Un ejemplo es la Amazonía, cuyo espacio se ve reducido por la deforestación e incendios que buscan ampliar la frontera agrícola. Pese a los riesgos para el medio ambiente, ¿se puede seguir explotando la Amazonía?
A favor estaría el físico Michio Kaku para quien “no vivimos en un universo, sino en un multiverso”. Para él, podemos explotar todo lo que existe en el planeta tierra, debido a que hay otros planetas donde luego podríamos hacer lo mismo. O también Robert Solow, Nobel de Economía, y su capital reproducible. Según Solow, al final cuando una generación se retira, aun habiendo destruido parte del capital natural recibido, deja a la siguiente generación otras capacidades de producción iguales o superiores a las que recibió. ¿Podríamos aplicar estas teorías a la Amazonía? Imposible. En ambos casos, la sobreexplotación aceleraría el efecto invernadero, exponiendo a la humanidad a su fin. Por su parte, Hernando de Soto, ve a la Amazonía desde el ángulo de los títulos de propiedad de las tierras. La falencia de su tesis radica en que no se puede aplicar una mirada de lotización mercantil a la Amazonía. Eso significaría reducir progresivamente y de manera irreversible el espacio amazónico.
Estos riesgos han sido anunciados por el filósofo Dominique Bourg, para quien la democracia representativa no responde eficazmente a los retos ecológicos. Vienen a darle la razón la respuesta tardía a la crisis y el nacionalismo exacerbado de Jair Bolsonaro.
Principalmente, porque el presidente brasileño antepone el derecho individual de su gobierno al derecho universal a proteger la Amazonía. Al hacerlo, en un contexto de protección del medio ambiente, Bolsonaro pone en jaque los derechos de la humanidad. Olvida la Declaración de Río de 1992, al reconocer que los seres humanos tenemos derecho a una vida sana y productiva en armonía con la naturaleza. Olvida también que el impacto de sus políticas ecológicas va a sobrepasar el tiempo de su gestión, haciendo improbable exigirle responsabilidad alguna. Olvida finalmente que esta crisis ecológica no conoce fronteras, al impactar más allá del 60% del territorio amazónico que compartimos con Brasil. Por tanto, la protección de la Amazonía ya escapa a su esfera nacional, para ser una cuestión internacional que debemos resolver desde una visión ecológica de la democracia.