OPINIÓN | Carlos Jaico: de la crisis institucional a los extremismos: lo que nos enseña la cuestión de confianza
En el libro Cómo mueren las democracias de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, sus autores plantean que las democracias ya no terminan con un golpe de Estado o una revolución, sino mueren por un progresivo debilitamiento de sus instituciones. Precisan que la abdicación de la responsabilidad política, por parte de líderes establecidos, suele señalar el primer paso hacia la autocracia. Nuestra realidad no escaparía a este planteamiento.
Cuando asumió el poder Alberto Fujimori, tuvo al elector y su inconsciente colectivo como grandes aliados: todos querían salir del catastrófico quinquenio de Alan García. Sin duda, la corrupción sistémica del primer gobierno aprista abrió las puertas al fujimontesinismo de los 90. Este, a su vez, creó las condiciones para que una década después llegara Alejandro Toledo. Luego se prefirió la “tercera vía” de García al chavismo de Humala, para que el 2011 sea elegido este último e impedir el regreso de los herederos del fujimorismo. Si continuamos el análisis hasta el 2016, encontraremos un patrón que se repite elección tras elección: el ciudadano no vota a favor de alguien; vota en contra de alguien.
La elección ciudadana está orientada por lo que no quiere ver más, o por lo que piensa es mejor para terminar con lo anterior. Esta lógica de supervivencia no ha podido ser superada, sea por el asistencialismo o el clientelismo.
De donde, al final de esta década, llegamos a un impase institucional creado por los poderes del Estado, cuyos representantes han visto en la confrontación y bloqueo de reformas, una manera de funcionar en política. Este juego peligroso ha venido sembrando las semillas del hartazgo ciudadano y la conflictividad social.
A esto se suma el declive de las ideologías. La mayoría de las opciones políticas conocidas ha procedido a un encuentro -interesado o inconsciente- en el centro. Esta ubicación no ha traído un debate sobre su significado. Muy por el contrario, se ha obviado esta etapa saltando a la oferta pragmática sin visión, como remedio a los males del país. Es por esta grieta que asoma el extremismo peruano, con su lote de desconfianza en las instituciones y glorificación de la violencia. Así, estaríamos pasando de la ineficacia de nuestras instituciones al extremismo electoral.
Esta renovada confianza en el Ejecutivo y reformas debe permitirnos avanzar hacia una institucionalidad fortalecida. Sin embargo, ¿podrá la clase política darse cuenta del peligro y actuar a tiempo? Más vale que sí, porque otra salida no hay.