OPINIÓN | Carlos Jaico: "A cocachos aprendí "
El ciudadano de este milenio parece romper con el anterior, al cuestionar y oponerse a las autoridades tradicionales (padre, madre, profesor, funcionario o autoridades). De allí que el ciudadano confronte a la autoridad con desobediencia.
La consecuencia es la crisis de autoridad que apreciamos de manera cotidiana, donde se vilipendia a quienes se les ha confiado el ejercicio del poder. Precisamente, Henry David Thoreau en su obra “Desobediencia civil” planteaba que “el mejor gobierno es el que tiene que gobernar menos”.
Sin embargo, a renglón seguido sostenía que esto se puede hacer “siempre y cuando los pueblos estén preparados para ello”. Y al parecer no lo estamos todavía.
Esto debido a que las álgidas circunstancias por las que pasa la humanidad no han frenado a los amantes del pánico social, a los agoreros del complot o epidemiólogos de redes sociales, a los nostálgicos del autoritarismo o la anarquía, tanto como a aquellos que banalizan los esfuerzos de autoridades buscando réditos políticos.
Cierto, parte de la ciudadanía desconoce esta autoridad al oponerle su individualidad, funcionando dentro de una democracia débil y marco
legal que ha aprendido a evadir; reivindica su ciudadanía hablando de “sus derechos” sin mencionar sus obligaciones.
Este desapego social hace que, al final, la responsabilidad por lo que suceda no recaiga en él, pero sí en los otros. Es la situación que estaríamos atravesando, al adolecer el ciudadano del “yo” colectivo, necesario para la convivencia y sobrevivencia social.
Marcel Gauchet reitera este peligro en su ensayo “Los derechos humanos no son una política”, donde afirma que partir del individuo, de sus exigencias y sus derechos para volver a la sociedad conduce a la impotencia colectiva.
En sí, se caería en el callejón sin salida de un pensamiento del individuo contra la sociedad. Sobre este individualismo, laboriosamente se podría hablar en términos de solidaridad, menos asentar cualquier autoridad, más aún si ésta se ve deslegitimada.
En ese sentido, Max Weber, en “Economía y sociedad”, afirma que toda obediencia se explica por la creencia en el prestigio de sus gobernantes. Hoy vemos que la institucionalidad se ha visto desprestigiada, debido a que las autoridades -e incluso los mismos padres- han renunciado a ser un prototipo moral y colectivo, sustentado en la fuerza o el status.
Muy por el contrario, es ahora en que deben sustentar su autoridad en la razón y el ejemplo. Porque, responsabilidad y solidaridad son valores que nos harán superar cualquier pandemia, tanto como ser un mejor país luego de ella.