OPINIÓN | Ántero Flores-Araoz: decencia y docencia
Cuando nos referimos a decencia en conjunción con docencia, lo primero que nos dice la mente es Luis Bedoya Reyes, y ello con razón, pues entre sus innumerables virtudes destacan con nitidez su decencia plena, y su vocación por la docencia política, en valores morales y republicanos.
Bedoya cumplió cien años de edad y, pese a su longevidad, se encuentra vital, activo, lúcido y mirando siempre al futuro de la patria, en una mixtura de preocupación y de optimismo.
Su vastísima existencia, lo hace preocuparse por lo que pudiera venir, ya que tuvo la experiencia de la caída de don José Luis Bustamante y Rivero, del que fue cercano colaborador; el ochenio dictatorial de Manuel A. Odría; el golpe del General Juan Velasco Alvarado al gobierno constitucional de Fernando Belaunde. Más tarde fue testigo del autogolpe de Alberto Fujimori el aciago 5 de abril de 1992, así como los intentos para coordinar las fuerzas democráticas que pudieran debilitar y sustituir ordenadamente al régimen tenebroso de aquel entonces, con mezcla de autoritarismo corrupto.
Pese a su constante preocupación por el futuro, siempre se mostró optimista, pues conocedor de nuestra Historia era seguidor del adagio “El Perú es más grande que sus problemas”, tratando siempre de encontrar soluciones.
Habiendo tenido innumerables oportunidades y cantos de sirena para que se plegara a diversos autoritarismos políticos, nunca se dejó seducir por ellos y, con dignidad y decencia supo decir no, aunque sin acomodos ni silencios cómplices.
A igual que el ejercicio de la decencia, también tuvo y tiene el de la docencia, formando promociones para que puedan conducir los destinos del país. Su vocación docente la tuvo desde universitario, en que dictaba clases escolares, al igual que preparaba en valores a otros estudiantes en círculos de la “Acción Católica”.
Desde muy joven se inclinó por la política, con todas su letras en mayúscula, ya que nunca fue afecto solo a las formas sino a los contenidos, habiendo sido atraído por los postulados del social cristianismo, fomentado en infinidad de encíclicas y documentos pontificios y, cuando la Democracia Cristiana peruana emprendió camino ajeno a sus principios fundacionales, simplemente se alejó como disidente, pero para seguir en la política de auspiciar el bien común, rescatando los principios sociales de la Iglesia desde el Partido Popular Cristiano del cual es su Presidente Fundador.
En su labor docente siempre apostó por la acción, no por la movilidad, formando cuadros en diversas generaciones de quienes somos sus discípulos, a quienes enseñó que para hacer política se requiere formación, conocimiento, empeño y disciplina. Siempre puso énfasis en contar con escuelas de formación política, cuyas enseñanzas sirven a quienes siguen en su casa política como a quienes por diversos motivos tuvimos que apartarnos, pero siempre valorando sus consejos.
Repetía hasta el cansancio que había que tener ilusiones y, que una de ellas era conseguir que el Perú fuese democrático, progresista y solidario, pena que su visión fuese prematura y recién se logre entender al maestro.