OPINIÓN | Ántero Flores-Aráoz: Cielo y Tierra
Sin negar que somos estado a confesional, como diría el filósofo Fernando Savater, ello no significa que seamos estado laico como lo son Estados Unidos de América y México, más aun cuando la propia Constitución reconoce tanto la libertad religiosa, como también a la “Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica, cultural y moral del Perú, y le presta su colaboración“ sin perjuicio de “respetar otras confesiones y puede establecer formas de colaboración con ellas”.
Al igual que el Estado colabora con la Iglesia Católica, ella también colabora con el Estado Peruano, tan es así que conduce infinidad de centros educativos, así como también algunas universidades, con lo cual permite al Estado direccionar recursos financieros a otras actividades al dejar de sostener directamente a muchas instituciones educativas.
Igualmente, la iglesia cuenta con centros de atención de salud y en la mayor parte de sus parroquias hay atención de primeros auxilios, de consejería estudiantil, de acción comunitaria y hasta de entretenimiento adecuado, sin olvidar su impronta conciliadora para solucionar conflictos familiares y vecinales.
Como si lo expuesto no fuera poco cuenta con una institución de gran prestigio, como es CARITAS, con la cual presta socorro inmediato y eficiente, cuando se producen estragos de la naturaleza que atentan contra la integridad de las personas y destruyen tanto obra pública como privada. Igual sucede con otras iglesias en que destacamos la obra de ADRA.
Con los antecedentes aludidos la Iglesia Católica tiene todo el derecho, en representación de sus creyentes parroquianos y feligreses, de llamar la atención de las autoridades gubernamentales de todo nivel, cuando ellas lamentablemente no son eficientes en sus funciones, y más cuando en cierta medida abandonan a su suerte a los ciudadanos afectados por las inclemencias de la naturaleza. En efecto, ello ha sucedido en el norte del Perú, tema por lo demás recurrente, pues mientras no se habían repuesto de las lamentables consecuencias de otros fenómenos naturales como el del Niño del verano del año 2017, se han vuelto a producir en este verano otros huaycos, deslizamientos, desborde de ríos e inundaciones, que causan daños de consideración.
Dentro del mencionado contexto es loable y gratificante haber escuchado al arzobispo de Piura y Tumbes, José Antonio Eguren, reclamar por la falta de atención oportuna, suficiente y adecuada a los pobladores de dichos departamentos, que a dos años del Niño Costero siguen subsistiendo en carpas, carecen de servicios básicos y expuestos a otros sufrimientos.
El reclamo es justo, pues no se puede predicar para el más allá, cuando se tiene descuidado el más acá. Tampoco se puede predicar respecto a lo sobre natural si está descuidado lo natural, y como dice el antiguo refrán, mente y alma sana en cuerpo sano.
La solidaridad demostrada por el prelado de Piura y su exigencia dirigida a las autoridades, ha sido ratificada por el presidente de la Conferencia Episcopal Peruana y arzobispo de Trujillo, Miguel Cabrejos. Por ello, recordando antiquísimo aforismo, a Dios rogando y con el mazo dando.