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OPINIÓN | Aníbal Quiroga León: de ida y de vuelta

Martín Vizcarra se contradice a su versión inicial de omnipresencia ante la crisis climática al irse de viaje a España.
quiroga
06-03-2019

El viaje del presidente de la República, Martín Vizcarra, ha concitado un coro de críticas tan fuerte en lo mediático y en las redes sociales, que ha terminado asustando al propio mandatario -y a su estado mayor de asesores de prensa y políticos (de quienes se conoce muy poco)- y le han obligado a contradecirse. Por un lado, Vizcarra y su entorno han justificado el viaje de Estado a España y Portugal, recalcando su omnipresencia en el manejo de la crisis climatológica en el país y, por el otro, le han hecho regresar a trompicones en vuelo directo de Madrid a Piura con una pequeña escala en Lima. Con eso ha demostrado su extrema vulnerabilidad ante el susto y el cargamontón.

La Constitución pone en manos del presidente la exclusiva conducción y manejo de las relaciones internacionales. Solo a él. Por lo tanto, en el exterior el único que puede representar y simbolizar al Estado peruano es el presidente de la República. Eso no lo puede delegar ni encargar.

Por otro lado, en una estructura estatal eficiente y democrática hay jerarquías y niveles de decisiones y ejecuciones que no requieren (más bien es un mal inveterado y un ejercicio de personalismo pernicioso) que la figura del jefe de Estado esté presente en cada inauguración, en cada puente y en cada acequia inundada. Para eso existen niveles de ejecución y funcionarios estatales del Ejecutivo previstos y pagados para tal fin (los ministros y sus vastos funcionarios bastante bien remunerados).

Es materialmente imposible que el presidente esté en cada esquina de la reconstrucción, en cada evento, en la crisis y cada vez que reviente un cohete; al mismo tiempo que además gobierne la nación con toda la complejidad que eso trae. ¿Para qué entonces se tienen subordinados bien pagados?

El viaje de Estado a la Península Ibérica estuvo bien estructurado y ejecutado por nuestra eficiente Cancillería. Al Perú también le corresponde tener trascendencia internacional y no quedarnos arrinconados en la margen occidental del subcontinente americano.

Por eso mismo Martín Vizcarra debió apechugar frente a la crítica y enfrentar con estatura de estadista la decisión y llevarla hasta el final, y no asustarse por una grita tan barata como incontestable. Pero al volver de su viaje de Estado a trompicones tan abruptamente, no solo ha contradicho la versión inicial de omnipresencia ante la crisis climática, sino que termina dando la razón a tanto ayayero reclamón. Ni chicha ni limonada. Es que a Vizcarra -y a sus asesores- no les preocupa ni la historia ni la paga; les aterra las encuestas de fin de mes.