OPINIÓN|Pedro Paredes: El gran pez
Alan García, tiene una verborrea indomable, tan prodigiosa que convierte la duda en certeza, aunque solo hable mentiras. Conocedor de las más altas ciencias del encantamiento populachero, capaz de crear un psicosocial que obliga a todo un gobierno a salir a responderle, y no por lo que dice, sino por quién lo dice.
Pero algo que no le está funcionando al señor del “ego colosal” -como alguna vez alguien lo llamó-, el impacto de sus dardos no está destruyendo a sus enemigos, ni está ayudando a sus amigos. Cada cosa salida de su boca, o sus dedos tuiteros, generan una ola expansiva de rechazo hacia él mismo. Hoy, una sola letra que él pronuncie o publique, no hace más que confirmar que en el Perú muy pocos toleran su presencia física o virtual.
Se ha ganado el desprecio de la gente. Si Keiko hoy está presa, aquel mismo populorum que un día fue capaz de olvidar su desastroso gobierno ochentero, reclama que el siguiente en la lista carcelera sea él, y parece que se las huele. Es consciente que puede ser el siguiente político en usar un chaleco de “Detenido” y comparecer ante el temible Carhuancho, un juez cuya historia comenzará a contarse como las leyendas de Homero.
Alan Damián, siente que le respiran la nuca. Ha gastado sus megas de internet infructuosamente intentando limpiar su estrepitosa imagen, con incontables irónicos mensajes en redes sociales de “Yo no me vendo” y “A mí no me compran”. Nadie le cree. Todos crecen en indignación hacia él.
En medio del enfrentamiento político, desde su cómoda residencia madrileña, metió su cuchara y se quiso dar del estadista que trajo abajo las cifras de anemia en el Perú, pero a la gente no le importa las hemoglobinas infantiles, sino la sangre en la cara que, creen, ya no tiene el expresidente, porque sospechan que hasta en eso cometió corrupción.
Y aprovechando los megas promocionales de internet, “denunció” un golpe de Estado que estaría preparando el presidente Vizcarra; pero viéndose ridiculizado, ensayó la “aclaración” que hay golpes sin tanques, más aún cuando se “direcciona” a fiscales que persiguen corruptos.
Pero entendamos, es un simple mortal que antes se creyó divino, y ahora vive la tensión de ver pasar -frente a su balcón en Madrid- los fantasmas de Domingo Pérez y Concepción Carhuancho, que arpón en mano se alistan a dar caza al gran pez. El más codiciado de este río revuelto en el que se ha convertido la política peruana.