08/12/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
No podía salir de mi asombro al leer la columna del Marqués de Vargas Llosa la semana pasada, donde destila un odio histérico contra Evo Morales, diciendo cosas como “cuántos europeos lo escuchaban embobados, ni más ni menos que si se tratara de un monito del zoológico y encima parlanchín”. A esta joya de la diatriba se añaden otras de igual calado que no vale la pena repetir. Pero me quedé pensando en el argumento inicial de su exabrupto pro-golpista, el que se refiere a que Evo Morales no es realmente indígena, sino un impostor mestizo que se hace pasar por indio. Nos dice el Marqués: “basta oír hablar a Evo Morales para saber que no es un indio sino un mestizo cultural, como lo somos buena parte de los latinoamericanos, en muy buena hora”.
Aquí encuentro un grave problema y una manipulación descarada de las ideas sobre raza y cultura que se han venido esbozando en América Latina desde hace siglos. Como sabemos, el mestizaje biológico se produjo muy poco después de los primeros viajes colombinos y de manera ya notable con la colonización de las Antillas y luego México y Perú en la primera mitad del siglo XVI. El nombre mestizo surgió como un insulto, pues se aplicaba originalmente a los animales híbridos o “chuscos” (como diríamos hoy en buen peruano), es decir, ejemplares impuros y de sospechosa identidad.
Tuvo que surgir un Inca Garcilaso de la Vega para otorgarle dignidad al vocablo, cuando afirma al final de sus Comentarios reales (1609) que “me lo llamo yo a boca llena y me honro con él”. O sea, el Inca asumía su doble estirpe con orgullo, señalando que ser mestizo no era una desventaja ni una mancha, pese a que estaba asociado a las ideas de bastardía y de antecedentes idólatras y levantiscos y a la supuesta inferioridad de la cultura indígena.
Hasta ahí todo bien, excepto que con el tiempo se tergiversó ese sentido del mestizaje y surgieron propuestas como las de José de Vasconcelos, ya en los años 1920, en que el mestizo debía ser “cósmico” y nutrirse sobre todo del gran legado occidental y cristiano. La raza indígena y las culturas originarias pasaban a un segundo plano y se enfatizaba el mestizaje cultural de perfiles mediterráneos. Esto se hace clarísimo en el Perú con críticos y pensadores como José de la Riva-Agüero y Aurelio Miró-Quesada, para quienes el “latinismo” debía ser la verdadera marca de identidad latinoamericana.
¿Y el quechua? ¿Y las prácticas sociales y culturales indígenas? Nones. Eso era “el atraso”, como burlonamente les reprochaba José María Arguedas a los “doctores” occidentales en su célebre poema. Así, el mestizaje se convirtió en caballito de batalla para expresar “el antihistórico y absurdo deseo de homogeneidad racial y cultural de América Latina”, como dice el maestro Raúl Bueno en su brillante ensayo Promesa y descontento de la modernidad (2010).
El Marqués de Vargas Llosa, al despojar de su identidad indígena a Evo Morales solo porque el expresidente habla un buen castellano, se suma a esa línea de intelectuales de derecha que ostentan el mestizaje blanqueador como mecanismo de control. No ve matices ni aprecia las diferencias. Ni siquiera da cuenta del atraso y la explotación sempiternas de los indígenas bolivianos que Evo Morales, desde una posición interna y solidaria, alivió en sus catorce años de mandato. Su miedo al otro y su prepotencia lo delatan. Parafraseando a Luis Abanto Morales, “y no lo compadezcan”.
Investigadora y crítica cultural.