03/12/2019 / Exitosa Noticias / Columnistas / Actualizado al 09/01/2023
“El cielo se está nublando hasta ponerse a llorar... luego vendrá el sereno”. - Recuerdo esta canción de “Los Iracundos” cuando pienso en Diana.
Me hablaron de ella los miembros de una familia que había entrado en Estados Unidos en busca de los sueños de América.
Hablaban de Diana como de un personaje legendario que -al salir ellos de su devastada Huancavelica- los había ayudado a instalarse en Lima y, con su ONG, les había proporcionado alimentos, ayuda médica, orientación y vivienda.
Los Huaccha conocían la desdicha. Durante el conflicto interno, a sus tierras habían entrado tanto los grupos alzados como el ejército. Los primeros llegaban a darles clases acerca de la revolución, a efectuar “juicios populares” y a reclutar de grado o de fuerza a los jóvenes en edad de combatir. Las fuerzas del gobierno aparecían después para escarmentar a los comuneros con violaciones, saqueos y ejecuciones, y dejar la región en ruina y devastación.
La historia de los Huaccha es similar a la de los Quispe, los Huilca, los Díaz y centenares de personas que vivieron y sufrieron en Centro América y en los países andinos los conflictos internos y la barbarie del siglo pasado.
Ellos eran la gente y el ámbito de la Consejería de Proyectos para los refugiados latinoamericanos, una ONG internacional en la que Diana Ávila Paulette fue directora durante veinte años.
¿Pero quién era Diana?
Socióloga y periodista, hizo sus estudios en el alemán Colegio Santa Úrsula para luego pasar a la Universidad Católica de Lima y, continuar en la Universidad de Essex, Inglaterra.
Con esa formación académica, pudo ser una profesora universitaria o una privilegiada burócrata internacional, y sin embargo, prefirió entregar su vida a los desplazados.
La conocí en 2016 en el aeropuerto de La Habana, y de inmediato quise preguntarle por qué hace lo que hace.
-Porque, cuando faltan la justicia y el amor, el mundo está incompleto.
Esa vez, me dijo que su vida sería breve por culpa de una de esas enfermedades que nos suele mandar Dios. Entonces, yo le propuse caminar juntos, y durante dos años lo hicimos. Con la muerte dos metros detrás de uno, la vida es más sabia y más graciosa.
Y yo repito la balada de “Los Iracundos” con la certeza de que las canciones y la vida si son bellas hay que cantarlas muchas veces.