OPINIÓN|Alan García: La hora de la verdad,por Nicolás Lúcar
“Pruébenlo, pues, imbéciles“, levantó la voz Alan García Pérez, retando a quienes lo acusan de estar involucrado en actos de corrupción. Fue revelador. Ya no juraba inocencia. De alguna manera, su exabrupto era un implícito reconocimiento de sus pecados y una provocación. Es como si hubiera dicho: “claro que he robado, pero soy más inteligente que ustedes, a ver, pues, si pueden, pruébenlo imbéciles”.Fue el mismo sábado en que agradeció que le dictaran impedimento de salida del país porque, como dijo, era un orgullo permanecer en el Perú.Todo indica que a esa hora aún no sabía lo que le esperaba. Aún sus secretas fuentes, sus infiltrados en el Ministerio Público no le habían contado que Jorge Cuba se acogía nuevamente a la colaboración eficaz.Cuando lo supo entró en pánico. Perdió el control y por primera vez en 30 años se sintió acorralado.No era que la Fiscalía le preparaba una trampa citándolo con engaño para una audiencia en la que aprobarían su prisión preventiva, para humillarlo ¡a él!, mostrándolo esposado ante el mundo.
No, no era eso lo que lo empujó como un resorte a salir corriendo a la residencia del embajador del Uruguay a pedir asilo político.Fue el miedo a lo que Jorge Cuba pudiera decir sobre su verdadero papel en el escándalo de la Línea 1 del Metro de Lima.¿Qué es lo que sabe Cuba y al que tanto le teme García? Solo ellos dos lo saben.García perdió, insisto, por primera vez en 30 años el control de la situación.Su solicitud de asilo político era patética, basada no en hechos sino en un chisme que según dijo le habían contado sus dateros de la Fiscalía. En horas pasó de agradecido a la justicia que lo obligaba a permanecer en el Perú, a víctima de una feroz persecución.Patético fue su comportamiento, su falta de coraje, comparado con el de Keiko Fujimori o Nadine Heredia, que resultaron más valientes que él.Patético fue el papel de los actuales dirigentes del Apra que no dudan en inmolar el partido que fundó Haya de la Torre para cambiar el Perú, en aras de defender a un hombre acusado de saquearlo.
La farsa del asilo ha terminado con un Alan García que ahora colecciona derrotas.Su situación legal es por decir lo menos precaria.Tiene que explicar por qué Odebrecht le pagó 100 mil dólares por una conferencia con dineros salidos de la caja para pagar coimas. Tiene que responder a lo que diga sobre él Jorge Cuba en su colaboración eficaz, y enfrentar toda la verdad que la gente, a la que él llamó ratas (y que le han perdido el respeto y el miedo), está dispuesta ahora a develar.Pero el más serio de sus problemas es que trató de escapar. Si la prisión preventiva fuera una rifa, Alan García compró todos los boletos.Refugiarse en una embajada, que es territorio extranjero, cuando tiene impedimento de salida del país, y pedir asilo político para evadir la acción de la justicia tiene un solo nombre: intento de fuga.Con todo derecho José Domingo Pérez podría pedir hoy mismo la prisión preventiva para Alan García, y el juez Richard Concepción Carhuancho tendría que ordenarla y nadie podría decir que le falta razón.Resultó que los “imbéciles” no lo eran tanto y que ni el coraje ni la inteligencia eran precisamente las mejores virtudes del expresidente García. Tic, tac, tic, tac.