06/12/2018 / Exitosa Noticias / Actualidad / Actualizado al 09/01/2023
Ella solo quería amar y ser amada, creyó en él desde la primera vez que lo había conocido, pero el amor se fue convirtiendo en el veneno tóxico de la sumisión. Él, muy seguro de su dominio en la relación, la maniató psicológicamente, la violentó muchas veces, amenazó con matarla otras tantas... hasta que lo hizo. Se sentía dueño de esa mujer de ojos llorosos, que andaba a pies juntillas gritando silenciosamente desde la prisión de su mala decisión, encadenada con las amenazas de su asesino que justificaba su mísera cobardía con la mentira de querer lo mejor para ella.
Mientras usted leía el párrafo anterior, estoy convencido de que su mente retrataba la escena del asesino de Marisol Estela Alva introduciendo su cuerpo al interior del cilindro que luego iría, sin éxito, a enterrar en un arenal de Villa El Salvador. Sin embargo, la escena es aplicable para toda mujer asesinada a manos del hombre que juró amarla, y decidió cambiar los besos por el revólver o el puñal.Nuestro país sufre, mientras muchos exigen con sonora indignación la pena de muertes para los malditos que acabaron con 134 mujeres en lo que va de este año. Nuestro país llora, porque nuestras madres, hermanas, hijas, amigas, siguen siendo parte de una tómbola de sangre maquinada por un sistema que nos empapeló de planes de lucha contra la violencia, que son auténticas odas a la burocracia mediocre que solo sabe de cutras.
Nuestro país se desangra, mientras cientos de miles de padres y madres, o quizá millones, pechean al gobierno exigiendo que les dejen criar a sus hijos, lejos de cualquier enfoque de equidad de género en las escuelas públicas, porque temen la “mariconización” de sus hijos. Apelan a la defensa de la unidad familiar, en un país infestado de violencia nacida en esos hogares disfuncionales, por culpa de esos mismos padres y madres que son consecuencia del modelo que pretenden y logran mantener.
Y me duele en el alma el saber que mi país ha normalizado tanto la violencia, que nos pasamos largas horas de debate sobre el frustrado cierre del Congreso, o la no reelección de sus integrantes, sin siquiera caer en cuenta que tenemos las manos bañadas en sangre por culpa de nuestra indiferencia, que fue nuestra silenciosa pero brutal contribución hacia las mujeres que hoy yacen bajo tierra, de la que reaccionaremos cuando seamos los siguientes en la cola de espera frente a la puerta de la morgue y el funeral sea en nuestra casa con nuestra madre, hermana, hija, en medio de aromas diversos de flores mortuorias.