OPINIÓN| Pedro Paredes: ¡Gracias 2018!

Eran las 8 de la noche del martes 24 de abril de este año, cuando recibí una llamada que cambiaría por completo los planes que, por ese entonces, aún no los tenía claros. Peor aún, no tenía plan alguno que permitiera darle rumbo a mi complicada vida laboral como periodista afincado en Iquitos, la “isla bonita” convertida en el infierno de quienes tienen la osadía de hacer prensa independiente en provincia, frente al poder político que pone y quita periodistas, como quien elige frutas en el mercado. Antes de esa llamada, habían pasado 10 meses de autoexilio antes de volver a tentar suerte en una radio de donde hace dos años ya me habían echado. Tiempo después me enteré que el apoderado era el testaferro en común que tenían un -hasta hoy- alcalde distrital y un excongresista nacionalista. Respetaremos tu trabajo, me juraron para volver, pero las amenazas de cierre del programa llegaron tan rápidas como el juramento que fue llevado por el viento.

La tercera semana decidí darme un descanso, mientras armaba algún plan de supervivencia en medio de lobos y fieras de carroña dispuestas a desaparecerte hasta la sombra. El primer día de la cuarta semana fue el inicio de la fase depresiva con las voces que me decían al oído que habría sido mejor ser biólogo y no periodista político. Pero la noche del segundo día de esa semana, fue la sorpresa que le había pedido al 2018 al despedir el año viejo.“¿Estás dispuesto ir a Exitosa Lima?” Me preguntó a través de una llamada al WhatsApp -por encargo de Higinio Capuñay- el administrador de la corporación en Ucayali, Benjamín Piña, con quien ya había trabajado antes en Iquitos. La respuesta le di dos segundos después, tras reaccionar de la propuesta que todo periodista de provincia añora recibir. No hubo tiempo para pensar en la familia.

Al día siguiente, el propio Higinio -a quien le estaré eternamente agradecido- por teléfono me dio los horarios que tendría a mi cargo y ordenó el envío de mis pasajes. Yo aún buscaba el pellizcón que me devuelva a la realidad que 24 horas antes me deprimía.Tres días después, Nathaly, mi gran compañera de vida, intentaba decirme con su silencio que no me fuera, pero sabía que era pecado mortal decírmelo. Solo se mostró fuerte y empacó mis cosas. Luego me vi envuelto en los brazos de mis hijos que me despedían, mientras nuestras lágrimas hacían más gris el momento. Mi madre ¡ay, mi madre querida! Lloramos como no se lo imaginan junto a Nahomi, la última de mis hermanas. Pero debía partir, porque el camino Dios ya lo había trazado.Ahora, aquí me tienen, no sé por cuánto tiempo más, pero vaya que el 2018 me sorprendió, y no dudo que el 2019 no será la excepción.¡Feliz Año!