12/12/2018 / Exitosa Noticias / Actualidad / Actualizado al 09/01/2023
Qué raros somos. Rarísimos seres humanos los nacidos en esta tierra del sol. Resulta que de la boca para fuera somos los más grandes luchadores contra la violencia a la mujer, pero en la práctica pasan cosas por nuestras narices sin que llamen la más mínima atención. Hace unos días, en el hemiciclo del Congreso más desprestigiado de la historia del país, se debatía la sanción ética para el congresista Moisés Mamani, a propósito de la denuncia de una aeromoza de Latam por supuesto tocamiento indebido del indecoroso representante de Puno. En pleno debate, la congresista Paloma Noceda, expresidenta de la Comisión de Educación, denunció ultraje en su contra por parte de un colega suyo. “Un tipejo al que apenas miro”, dijo la parlamentaria dando más detalles del deplorable suceso. Salvo unas referencias adicionales de otros parlamentarios, así como la comunicación del presidente del Congreso para poner a su disposición la Procuraduría para las acciones que estime conveniente, el tema quedó ahí. Nada más.
Al día siguiente, la congresista Tamar Arimborgo, de Fuerza Popular, narró una historia parecida. Un congresista con manos sueltas la habría tocado indebidamente. Arimborgo dio incluso algunas pistas para ubicar al susodicho mañuco: perteneció a las filas de PPK, es ahora independiente y es un poco mayor. Tengo en la mente la cara de quien tiene esas características con exactitud. No puedo decirlo obviamente. Yo no. Ella sí. Ella es la que debe hacerlo. Tamar y Paloma no pueden jugar a la denuncia y dejarla a medias. Mal mensaje. Pésimo mensaje. No pueden decir me tocaron indebidamente y ahí queda la cosa. No pueden decir a viva voz con repercusión nacional que comparten curules con supuestos delincuentes irrespetuosos a ultranza.
Y no pueden hacerlo por varias razones. Primero porque vivimos en un país marcado por la violencia más horrorosa contra la mujer. Violencia que empieza con tocamientos contra la voluntad de ella, porque se cree superior a ella. Que sigue con presiones, con chantajes, con agresiones físicas, con ultraje sexual y finalmente con feminicidio. En toda esta cadena hay un solo aliento para el sujeto violador: soy superior, soy más, puedo hacer lo que quiero, no tienes voluntad, no puedes conmigo. Segundo, no pueden dejar la cosa ahí nomás porque el ejemplo viene siempre de arriba, de lo representativo. Muchas mujeres podrán decir: si a ellas que son congresistas las hacen, por qué a mí no. Quién soy yo. Si con ellas se pasan, imagínese conmigo. Si tocando a congresistas los violadores se salen con la suya, cómo no tocando a mujeres en el bus. El Perú necesita saber los nombres, las identidades de dos supuestos violadores que andan disfrazados de congresistas representando este país. No se pasen señoras Noceda y Arimborgo que esto no es un chiste.