03/01/2019 / Exitosa Noticias / Actualidad / Actualizado al 09/01/2023
El diputado Victor Hugo, autor de Los Miserables, en su “Discurso sobre la miseria” en la Asamblea Nacional de Francia del 9 de julio 1849, decía: ¿Cómo queremos sanar el mal si no investigamos las heridas? ¡No hemos hecho nada, mientras el espíritu de la revolución sea auxiliar del sufrimiento público!
Victor Hugo, ponía el acento sobre la cuestión social que había visto nacer la Revolución francesa de 1789, como la respuesta de un pueblo sin justicia, sometido y abandonado. Enrostraba una dura verdad a la faz de los diputados de la Asamblea Nacional, cuya labor primera había sido enriquecerse y olvidar la labor para la que fueron elegidos. La situación del Perú no escapa a la lapidaria reflexión de Victor Hugo. Su historia se sigue escribiendo entre elegidos y olvidados, corruptos y defensores, caudillos y servidores. Es esta clase política indolente -sin bases morales ni patriotismo- que se ha apoderado de las instituciones, y todavía las usa sólo como un medio para atacar, protegerse y seguir acumulando poder. Ausente está la visión de desarrollo de la cual se pueda colegir una misión, haciendo del Perú un barco a la deriva, pese a tener todas las riquezas del mundo.
No es entonces sorpresa que en el escándalo suscitado por Odebrecht, la corrupción vaya desde expresidentes, ministros de Estado, congresistas, candidatos, lobistas expertos en el cabildeo remunerado, consultores, funcionarios hasta llegar al ciudadano prestanombre. En la farsa que organizaron, trucaron las reglas del juego democrático para usarla sólo como forma, obviando el fondo. Hicieron una pantomima de institucionalidad, exaltando el lucro, la voracidad y desenfreno financiero, la acumulación infinita de riquezas, los oligopolios y puertas giratorias. Todos ellos quisieran que estos delitos permanezcan en el limbo del olvido y se favorezcan de la prescripción. Muy por el contrario, la justicia debe abrirse paso y sancionar estas conductas nocivas.
Sin embargo, la inmoralidad de corruptos y corruptores siempre tendrá a la justicia como víctima, condenándola a vivir de rodillas y a quienes intentan defenderla. Así, en una sociedad cuya justicia viva capturada por poderes fácticos, todos los ciudadanos son también víctimas. Es entonces importante que la sociedad civil en su conjunto proteja a aquellos fiscales acuciosos, que se enfrentan al manto pétreo de corrupción institucional. Porque abandonar la justicia, sería dejar que la anarquía abra los abismos, como lo advertía Victor Hugo. Allí, difícilmente podríamos aspirar a la coexistencia pacífica y civilizada.